martes, 8 de diciembre de 2009

CRÓNICA DE PERSONAJE




La primera vez que vi a mi tío Eusebio fue la última. Mi madre me llevó a verlo a Sacacra, una comunidad de Ayacucho, una maña de abril. Mi madre, tengo que decirlo, no tenía idea de lo que era ser un ganadero pero sí sabía quién era al tío Eusebio.

Una mañana casi a primera hora nos arrastró a mi hermano y a mí a ver al tío Eusebio. Ese día, el “viejo ganadero” como lo conocían, haría pelear nuevamente a cinco toros que compro en el pueblo para venderlo al camal.

Salimos después de tomar desayuno y llegamos a nuestro destino, la Plaza Mayor del pueblo, cuando casi aún no havia nadie. El enorme lugar de tierra estaba preparado para una pelea de toros, a la que íbamos. Subimos hacia los muros, que rodeaba la plaza para observar el gran espectáculo, los adobes de las altas paredes eran acogedores.

Tras diez minutos de espera, apareció en escena el tío Eusebio, quien ingresaba a la plaza arreando un toro de color plomo con manchas blancas. Y por la otra entrada ingresaba otro toro muy grande de color naranjo claro, que era traído por su dueño.

En eso, los toros empezaron a valar y fruncir sus cejas. Luego de la previa, se lanzaron a embestirse uno al otro. Allí, estaba el tío Eusebio, quien veía fijamente, la lucha feroz entre los dos toros.

Cuando parecía que daba por vencedor al toro vallo, ocurrió un accidente fatal. Los toros aplastaron al tío Eusebio en plena disputa por la victoria. Un grito de dolor se escucho en el ambiente e incluso las montañas respondieron con su eco demoledor.

El tío Eusebio no pudo escapar de la desgracia pues todo fue tan rápido, que nadie llegar a ver como sucedió el accidente. Mi madre se hecho a llorar, mientras baja del muro para ir a auxiliar al “viejo ganadero”.

Cuando nos acercamos con mi madre, con reverencia, pude ver todo lo que se podía ver del tío Eusebio: sólo su rostro. Estaba terriblemente ensangrentado, morado más bien y la nariz lo tenía roto y sus brazos parecían haberse desprendido de su cuerpo.

El tío Eusebio se veía inmóvil y sin edad: estaba muerto, era evidente, a pesar de sus años de ganadero siempre salio librado de de accidentes fatales, sin embargo ese día su buena suerte lo havia abandonado.

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