miércoles, 9 de diciembre de 2009

UNA PROMESA MALDITA, LA MATÓ




Sesenta años después, en medio del rió mas caudaloso del mundo, el poblador más antiguo de la comunidad de los Wari, Pablo Atusparía, había de recordar aquel viernes fatal en que su padre lo llevo a conocer el barranco, un precipicio de más de cien metros de profundidad. Rumikilla era entonces una aldea de cinco casas de barro e ichu construidas en las faldas de un glaciar, que abastecía todo el año de agua, al valle.

Ese día, Él y su padre se quedaron atónitos al ver, desde el filo de la quebrada, el vuelo de dos cóndores, que surcaban el cielo inmenso del pueblo. Mientras, Pablo Atusparía miraba boquiabierto, el gran espectáculo, su padre decidió hacerle una gran confesión. Le dijo, que su madre no había muerto por la mordedura de una serpiente, sino, que ella mismo se havia lanzado al precipicio, por que creía así, que estaría cerca de su madre, quien también murió de ese modo.

Entre tanto, Pablo Atusparía, se quedo frió. Empezó a tiritar de miedo, y de sus ojos brotaban lagrimas de dolor. Su madre havia fallecido cuando él aún tenía solo cinco años. En eso, su padre lo abrazo y le bezo en la frente. Le aseguro, que su madre lo quería mucho, pero nunca pudo librarse de esa maldita promesa que le hizo a su abuela, antes de que muera. Le había prometido, que ella nunca se separaría, de su madre. “Por eso, se asesino, no aguantó el remordimiento”, aseguró el padre de Pablo Atusparía.

“Esta mañana, te he traído al mismo lugar donde murió tu madre”, preciso su progenitor. Además añadió que lo llevo con el objetivo de cumplir una promesa a la mujer que amó. La fatalidad, se apodero de la mente de Pablo Atusparía, por un momento, pues ya sabia que iba a suceder. Le regó a su padre, que no lo hiciera, sin embrago no le hizo caso y se lanzo al precipicio.

Los gritos de desesperación, no impidieron, que su padre se lance a su propia muerte, aquella que terminaría en las piedras filosas del barranco. Pablo Atusparía, lloró como un niño por más de una semana, y nunca se imagino, que él también terminaría, así en su vejez. Pero eso es otra historia

Por eso, ese día en el río una sensación de melancolía lo invadió y empezó a cantar un harawi en su mente… “Nadia sabe a donde va, pero si lo conseguirá, hasta encontrar en el ayer, la canción que recordará…”

La garganta se le amargaba a Pablo Atusparía, cuando musitaba esa melodía con tanto dolor sufrido. Además reflexionaba y concluía que
su suspiro se reduce a un alarido ínfimo…
su canción de niño desaparecen en el mundo…
sus sueños condenados se perdían en el hoy…

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