El día que lo iban a degollar, Joaquín Fernández, se levanto a la 4 de la madrugada para esperar a su padre que llegaba de Lima hacia Aúlla, una comunidad en Ayacucho, en el ómnibus interprovincial “Santa Clara”. Esa noche había soñado que cabalgaba hacia el horizonte en un caballo negro con frente blanca en forma de rayo, y por un instante pensó ser el dueño del mundo en el sueño, pero al despertarse sintió un escalofrío en todo su cuerpo, que lo lleno de miedo. “Siempre soñaba con caballos”, me dijo Marcelina Huamán, su madre, evocando 25 años después, los pormenores de ese fatídico lunes.
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