viernes, 18 de septiembre de 2009

EL HERMANO DE MI ALAMA



Con una mirada tierna y una sonrisa fingida, el hermano de mi alma de 22 años, partió de lima hacia Huancavelica, una maña de abril, con el objetivo de jugar fútbol de forma profesional.

Eran la seis de la mañana y él ya debía partir. Sus ojos de gato se perdían en su tristeza. Se despedía con un abrazo de mí, y de mis padres, aunque esa chispa de picaflor ayacuchano nunca se despegaría de él, pues antes de salir de casa, hizo su última travesura diciéndole a mi padre que cuide bien a su viejita.

Después de la carcajada, El jugador de la categoría sub. -22 del Deportivo Municipal cogió su maleta roja. Se la puso a la espalda. Descendió suavemente las escalinatas. Llego hacia la puerta y volteo para despedirse por última vez, no hubo palabras en el acto si no solo una mirada vacía. Cogió el cerrojo de la puerta, la abrió y la junto suavemente.

Ese día lo vi por última vez, pues en la actualidad radica en Yahuli, distrito de Huancavelica, donde juega por el club “Sol de Oro” de una minera. Juega de volante de contención con el numero seis. A veces, me llama por el celular y me dice que entrena dos veces al día. En las tardes va con sus amigos al río. En las noches se distraen en las discotecas de “la taberna” y “el huancavelicano”, bailando con las chicas.

Me dice que ha aprendido a bailar la salsa, el merengue y el perrero, sin embrago, a veces, se olvida y pasa vergüenza. Me confiesa que no toma cerveza porque valora su profesión, pese a que sus amigos le sugieren que tome.

A veces, me llama en las noches por que la soledad lo mata y me pregunta como están mis padres y le respondo, con la vos entrecortada, trabajando. Me cuenta que tiene una novia, que se llama Sandra, me dice que es de estatura mediana, tiene ojos negros, un buen cuerpo y juega boley.

Ese es mi hermano del alma, un joven de ojos claros, de tez blanca, mirada penetrante y de un metro setenta de estatura. Su plato favorito es el arroz con pollo. Es hincha acérrimo del Deportivo Municipal, le gustan las chicas altas y morenas claras.

El se llama Carlos. Un joven enamorado del fútbol. Dejó el diseño grafico para perseguir su sueño, que es jugar fútbol en la primera división de la liga peruana.

Evoco como en la década de los 90, mi hermano me enseñaba a jugara el fútbol, en la cancha de tierra de la comunidad de Aúlla, Ayacucho, en las tardes de invierno, frente a los Apus Puca Puca y Sara Sara.

El era él mejor jugador del lugar. Le decían ojos de puma. En las tardes, él organizaba los clásicos habituales entre los niños del valle de Aúlla, los de arriba y los de abajo. Jugábamos por el honor de representar a nuestros territorios (arriba o abajo). Los partidos se tornaban dolorosos pues nadie quería perder. Las patadas, los codazos ya eran habituales, sin embargo nadie daba una pelota por perdida. Jugábamos a luz de la luna, a veces, cuando nadie ganaba.

Si no havia un ganador, nos íbamos a los penales. Mi hermano del alma, siempre pateaba para los de abajo, pues el tenía una buena técnica para meter la pelota al arco y casi nunca fallaba. En cambio para los de arriba pateaba un tal pablo, un niño muy debilucho.

Evoco como escalábamos las montañas de kospiño, potredo de mi abuelo en Aúlla, de cómo gritábamos como locos solo para escuchar nuestro eco. A veces nos escondíamos entre los arbustos para ver a los cóndores y las águilas en las alturas. Nos sentábamos en los prados para ver como los autobuses interprovinciales recorrían las carreteras. Éramos dos niños del mundo, de ese cielo azul, del aire puro y de esa agua cristalina que bebíamos hasta saciarnos.
Éramos niños, dueños del mundo, de esa fortaleza andina, que nos dio tanto y nos vio crecer.

Recuerdo, como mi hermano del alma, me inventaba historias, en las noches, para dormirme. Me narraba cuentos de fantasma, de los guerreros wari y de los gentiles, cuanto disfrutaba eso de pequeño.
El, a veces, acariciaba mi cabeza y me decía marquito. Eso nunca se olvida.

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