sábado, 28 de noviembre de 2009

UNA ENTREVISTA AL POETA UNIVERSAL CÉSAR VALLEJO



Un medio día de febrero, la lluvia caía sin secar en Santiago de Chuco y los rayos amarillos rugían en el cielo inmenso dibujando luces en zizak. La tormenta mojaba los sembríos de cañas, las casas de teja y el corral de decenas de animales.

El agua no solo se empozaba en los patios de cada casa, si no fluía por las calles con libre albedrío. Incluso las montañas, que rodeaban al pueblo, no se dejaban apreciar porque eran opacadas por las nubes grises. En tanto, yo leía algunos poemas de Cesar Vallejo, en el patio de la casa de mi hermano.

En eso, cuando observe los maizales por un momento, salió, desde la espesura de las cañas, un hombre. Era trigueño. De estatura media. Vestía una túnica negra. Se apoyaba a un bastón para caminar. Traía la cabeza encorvada, pero a pesar de ello, su rostro, que no había sido indiferente al paso de los años, se podía observar.

Daba unos pasos lentos. Me miraba con unos ojos quebrantados y acongojados. Y una sensación de miedo y escalofrió recorrí mi cuerpo.- Era Cesar Vallejo -, -me respondí-. Él me seguía observaba con esa mirada perdida en sus recuerdos; tal vez, pensado en su dulce Rita de junco y capuli o me moriré en París un jueves como hoy de aguacero.

Se acerco a mí y me pregunto por su hermano Miguel, con una voz pausada. Yo le dije, que viví a la salida del pueblo, solo para conversar con él, pues en el fondo, yo sabía que, esa respuesta era una mentira. Pero, para dialogar con un icono de la poesía universal como vallejo, todo podía ser justificado. Le propuse que yo lo llevaría a la casa de su hermano, él indiferente al leguaje oral, me confirmo con la cabeza. En eso, cuando caminábamos en plena lluvia e íbamos lidiando con los riachuelos, aproveche para preguntarle algunas dudas respecto de su poesía.

M.A: ¿Por que en tus poemas solo hablas de sufrimiento?
Por un momento, no me contesto, parecía perdido en su mundo. Sin embrago, luego de cinco minutos, reacciono. Con una voz pasusa y taciturna, me respondió, a pesar de no ser su fuerte.

C.V: Porque el dolor del hombre vive en mí. Es inherente a mi persona. No lo puedo controlar, aunque este alegre o enamorado, la tristeza me embargara, no sé porque. Muchas veces, como tú, me he puesto a reflexionar, en las noches de soledad.

M.A: Le replique, ¿Es cierto que tu manos, solo obedecen a tu alma y tu corazón para escribir?
Con una fragilidad de hombre sufrido, me responde.

CV: Si es natural, yo no pienso, solo escribo. Yo soy una creación de mis propios demonios y duendes, como decía el gran poeta nicaragüense Rubén Darío
Luego de la caminata un largo trecho, descansamos un poco para respira.
M.A: ¿Cómo te calificas? Ya que, algunos críticos literarios decían que no creías en Dios, pero no lo confirmaban.

Empuñando su bastón con su mano derecha, en plena lluvia, musitaba en silencio. Y luego me responde.
CV: tal vez sea un existencialista o un ateo no muy convencido, pero solo sé algo, que por donde pasa un hombre deja una huella y nunca se olvida.
M.A: ¿Tienes miedo a la muerte?

Señalando las nubes grises, que cubren el pueblo, me dijo.
C.V: Así, es la muerte, tenebrosa y desconocida, pero dulce
A la vez. Son como esas nubes negras, que cubren las montañas. Cuando te envuelven temes, pero cuando la tocas son tan suaves, frescas y dulces a la vez. La muerte es dulce, así como la soledad.
Un poco nervioso, aún, le pregunte.
¿Existió realmente tu dulce Rita de junco y capuli? ¿O solo fue un invento?
Le observe los ojos, una tristeza lo encarcelo. Con una voz entrecortada,

C.V: me dijo, que no quería hablar de ella. Señalo que no quería molestarla, e incluso manifestó que ya descansa en paz.
Yo Seguía con la curiosidad no sabia quien era, podía ser su amor platónico, alguna hermana o su propia madre.

M.A: Le replique la pregunta ¿La querías mucho?
Observe nuevamente su rostro, lloraba como un niño. Temblaba y estaba muy acongojado.

CV: “No quise que se muera”, era mi hermana mayor. Ella me quería mucho, en las noches me cuidaba. Casi muero por la pena, no comía. Mi madre decía, que éramos tan unidos, que hacíamos todo junto. No nos separábamos. Ella me cargaba de pequeño, me lleva al río. Ella murió de una enfermedad desconocida, a los 10 años.
En eso, ella apareció, en medio de la chácara. Era hermosa. Agarró a Vallejo de la mano y ambos desaparecieron en el ambiente.

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