sábado, 28 de noviembre de 2009

HISTORIA DE MI MACOTA



Cayó a un barranco pero no murió. Santi, un cordero de 10 días de nacido, se burló de la muerte una mañana de abril pues se lanzo temerariamente a un precipicio de 300 metro de altura, sin saber que esa proeza le daría privilegios en el pueblo de rumikilla, comunidad de Ayacucho. No tuvo fracturas ni alguna herida que lamentar.

Santi era de color marrón ocre. Tenía orejas grandes, lana suave, cola larga y una mirada tierna. Havia nacido un domingo de febrero de 1997 en la noche, cuando en el pueblo se celebraba la primera semana de los carnavales ayacuchanos. Recuerdo exactamente ese día porque las niñas de la comunidad capturaron como prisionero a mi hermano para echarle agua y talco.

Santi, desde su nacimiento, sorprendió a la familia pues mostraba una gracia y un gran picardía para retozar en el gras. Mi abuelo, gran conocedor de anímales de raza, decía muy orgullo que era un cara negra, incluso aceptaba que era el mejor cordero que havia parido alguna de las decenas de ovejas que tuvo a lo largo de su vida.
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Luego de de casi dos semanas de cuidarlo en la huerta de mis padres. Mi abuelo, al día siguiente, me pide que lo lleve a una chacra suya con las demás ovejas para que Santi valla conociendo los lugares que visitara con frecuencia. Pero antes, me aconseja que tenga cuidado con el barranco que limita su terreno.

Ese día, Santi y yo llegamos a las 9 de la mañana, luego de una caminata de media hora por una calle pedregosa. Las nubes negras en el cielo avisaban que iba llover, incluso parecía que iba ser una granizada, pues los rayos empezaron a tronar en el cielo.

Ante esto, cogía al cordero para resguardarnos en una casa prefabricada con hierbas silvestres, sin embargo la lluvia empezó a caer fuertemente y el agua empezó a penetrar la improvisada casa. La precipitación duro mas de una hora y el agua havia mojado toda mi ropa y la lana de Santi.

Casi al medio día, se escucho en el ambiente la vos de mi abuelo, quien havia venido para sustituirme y cuidar a Santi. Tiritando, regrese a la casa de mis padres para cambiarme de ropa y almorzar.

Sin embargo, cuando cogía una papa con queso para comer, mi abuelo llego desesperado a la casa y dijo que Santi se havia caído al barranco. Aseguro que no estaba muerto si no se havia quedado suspendido en el aire, pues las ramas lo sostenían.

Mi abuelo temía que Santi muera de hambre, si lo dejaban a su suerte. Moría de pena sin la picardía de aquel cordero que le hacia reír. Ante este suceso lamentable, mi abuelo empezó idear un plan para rescatar de la quebrada al cordero.

Dijo por un momento que seria imposible por el peligroso que significaba el recate, sin embargo, reunió a todos los hombres mas fuertes del pueblo para trabajar en ese temerario plan.

El plan consistía en que uno de los hombres se amare una soga de la cintura y baje escalando, mientras que los otros cogían el cable con toda su alma.

El plan se hizo así, sin embargo no habían previsto que, las sogas que habían amarrado no alcanzarían. Por este motivo mi abuelo se lamento y dijo que la vida de un hombre con hijos vale más que un cordero.

Pese a esta dificultad, el hombre, que se havia suspendido con la soga, en un momento de locura se soltó del cable, solo para alcanzar a Santi. Los hombres cogian la soga muy suelta y se percataron de esa acción temeraria. Pensaron que se havia caído al barranco, pues no contestaba sus llamadas de urgencia.

Luego de 15 minutos de lamentos y llanto, el hombre apareció de la espesura de las ramas con Santi en los brazos. Mi abuelo fue y lo ayudo. Pero ante le cuestiono esa acción alocada.

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